No pudimos desayunar porque no nos dio tiempo o porque las mariposas –ellas siempre revoloteando-ocupaban todo nuestro estómago. Nuestros respectivos padres vinieron a apoyarnos en dejar el apartamento en orden: aquí están los papeles importantes,esa caja va para el maletero, esa otra son cosas para regalar. Así fuimos poniendo fin a muchos recuerdos en aquel apartamento de La Victoria; el mismo que nos vio regresar y amarnos, el mismo que tres días antes había estado full de amigos que nos demostraron su amor, el mismo que los últimos meses había estado tapizado de mis listas con tareas pendientes del viaje. Le decíamos adiós a nuestra casa, que ahora estaba llena de recuerdos y lista para vernos partir.
Agarra la maleta. Yo llevo este bolso. Aguanta el ascensor. Coño no me despedí de la Sra. Carmen, no le dije hasta pronto a María, Luis y los niñitos, bueno le dirán que fue una locura y que a pesar de no ser lo excelente vecina que fue mi mamá los quiero. Que me hubiese gustado despedirme antes departir.
Sólo hizo falta cruzar la calle (como hice todo la vida)para llegar a casa de los abuelos. Como siempre en esta familia todo el mundo estaba corriendo. Que si Vladi está poniendo gasolina. Que si tu abuela todavía se está arreglando. Que si tu abuelo no quiere ir a aeropuerto. Que si “Vamos papá que allá hay unos carritos que nos pueden prestar para que no tengas que caminar”. Así pasamos nuestros últimos momentos –por ahora- bajo la sombra dela mata de mango, que nos veía partir.
¡Llegó Vladi! Nos tomamos la verdadera foto de la despedida (porque quería tomarme la foto cliché de despedida en el aeropuerto, pero esta era que quedaría en mi memoria) todos riendo y llorando al mismo tiempo, como los 31 en Sabaneta o en cualquier momento especial de esta familia, que pasadel llanto a la risa, y viceversa, en cuestión de segundos. Esto también pasa cuando alguien está a punto departir.
“Ya las maletas están distribuidas en los tres carros” dijo Thierry, mirando el reloj. Todos a agarrar sus carteras. “Que las niñitas hagan pipí antes de salir” grito mi abuela desde la cocina, antes de tomar el último traguito de café. Carteras, suéteres, coche de Luciana, todo estaba listo para partir.
En el porche estaba mi abuelo, sentadito, con los ojos aguados y creo que con la misma sensación que tenía yo en el pecho. Lo abracé y nos pusimos a llorar, no creo que haya sido de dolor sino de miedo, por no saber si nos volveremos a ver. Entre lagrimas me dijo: “Si le va mal no tenga miedo de regresar que este es su país y siempre la estaremos esperando”. Lo abracé fuerte, salí corriendo, me monté en el carro y comencé a llorar porque la partida ya era un hecho. Traté de dormir, pero no pude.
El trayecto La Victoria-Caracas fue súper rápido, hasta nos dio chance de comernos unas arepas en la autopista. Nos paramos en Catia a buscar un regalito que había olvidado darnos el Peluchín. Fue raro, fue la última persona fuera de nuestras familias que vimos. Cuando arrancamos seguimos cayendo en cuenta de lo que venía.
Llegamos al aeropuerto. Chequeamos la catajarra de maletas.Pudimos respirar cuando nos dijeron que los 100 dólares de multa por las maletas extras serían cobrados a 12 y no a 170. Un paso más hacia el futuro, un paso menos de la partida.
“Las niñitas están verdes del hambre. Vamos a comer” me dijo mi mamá. Pensamos comer fuera del aeropuerto, pero sería complicado movilizar a toda la tropa por la Guaira y sus calles, así que decidimos comer en la feria,un lugar más ajustado al tiempo y a los bolsillos venezolanos. Unos Subwa y,otros a Church´s Chicken, en este último la comida tardó más de lo normal porque el pollo se les acabó y tuvieron que hacer más. Así que cuando llegó el pollo, una parte de la tropa ya había comido.
Yo era del equipo pollo y Fede del equipo panes. Cuando me senté a comer, sin haber terminado mi primera papita, vi que Fede atendió una llamada, se puso pálido y vino de inmediato (todo esto en una mesa de 17 personas donde se escuchaba “Yo no quelo pollo”, “Cómete todo”, “Sí, coca cola es el único refresco que había”, “¿Qué le pasó a Fede?”).
“Era Iberia. Me dijeron que la GNB tiene un problema con una de mis maletas. Que debo entrar rápido”. Eso fue todo. Yo no entendí a la primera. Vine a entender cuando lo vi despidiéndose de la familia en la mesa,mientras yo intentaba comerme una alita. Él me dijo que entrara después, que terminara de comer y que me despidiera con calma. A decir verdad no pude quedarme tranquila ni terminar mi alita. Luego de 5 min Fede me llamó al celular para decirme que yo tenía las llaves de todas las maletas y debía entrar lo más rápido que pudiese.
Me paré –todos seguían comiendo su pollo, se había caído un refresco y Luciana preguntaba “¿Dónde está Fedelico?”- José fue el primero en decirme adiós; me dijo que prefería hacerlo en la feria porque abajo sería una lloradera. Todos corrimos por los pasillos del aeropuerto, tal cual la película mi Pobre Angelito 2. Llegamos a la puerta, hasta ahí me acompañaban. Me despedí de cada uno con mucho dolor y miedo. Sin tener certeza de cuándo los volvería a ver.Los dejé. Traté de buscarlos detrás de los vidrios negros, pero no los conseguí. Un hueco en el estomago. Lagrimas. Estaba partiendo de lo mío… de mi país.
Nota al pie: no me tomé la foto cliché con el mosaico de Cruz Diez.
Nota al pie 2: mucha gente me dijo que sería mucho más fácil el momento de la despedida porque estaría con Fede, pero no estuvo. De verdad ha sido de las cosas más fuertes que he vivido. Debo mandarles saludos a las mamás de esos GNB.
Nota al pie 3: Al entrar me conseguí con Fede, le di las llaves de las maletas y se volvió a ir. Una media hora después, regresó. Ya todo había terminado nos podíamos relajar y gastar nuestros últimos bolívares en cigarros y ron, antes de ser llamados para abordar el avión. Pero no fue así, nuestros bellos GNB volvieron a requerir la presencia de Fede. Fue tan ilógico que hasta la chama de la aerolínea me dijo: “Esos bichos si son ladilla, si ya lo habían llamado porque lo hacen bajar otra vez”. Fede volvió abajar y me dejó -como diría mi suegra- con el credo en la boca. Cuando ya estábamos a punto de montarnos regresó y me dijo: “Sólo ganas de joder”.
Nota al pie 4: Esa última maleta que revisaron no llegó con nosotros a París.