Vivo robándole tiempo al tiempo, vivo buscando pequeños momentos que le pertenecen a muchas cosas para hacer otras cosas y siempre me falta tiempo. Vivo cansada y con sueño.
Tratar de salvar al mundo desde mi pequeña esquina, me quita tiempo para culminar mi formación académica.
Alguien me dijo alguna vez que mi prioridad debían ser mis estudios, pero a esta persona se le olvidó que uno tiene que comer. También se le olvidó que cuando te apasiona tu trabajo y sientes que lo que haces puede contribuir un poquito más al progreso de otros, esas prioridades cambian y la individualidad pasa a un segundo plano. En unos años cuando mire hacia atrás no veré la clase tal que falté y que estuve inasistente, veré como ese poquito de no sé qué (ganas, contribuciones, corazón o como lo quieran llamar) fue mi intento para que este mundo fuese más humano.
Pero no todo es color de rosa (aquí empiezan mis contradicciones). Me encanta lo que hago pero sí me gustaría respetar un poco más la academia. Darle su lugar. Disfrutar un poco más mis últimos años en la Casa que vence las sombra (Universidad Central de Venezuela). Poder hacer un trabajo con calma y sin pensar en Refugio. Leerme una guía con placer y no con sueño luego de una jornada laboral. Echarme en tierra de nadie toda una tarde a pensar en todo y en nada, sin ser interrumpida por llamadas de la oficina donde ameritan mi presencia. Quiero poder dedicarles tiempo a mis amigos en los espacios que nos hicieron amigos. Quiero poder no tener que decir “Diez es nota y lo demás es lujo”. Pero no puedo. Tengo que trabajar para comer, tengo que seguir intentado salvar el mundo desde mi pequeña esquina.
Estudiar me quita tiempo para terminar de consolidarme como una pichona de defensora de Derechos Humanos.
Cada día tengo que hacer peripecias para responder a mis actividades de la universidad, robándole tiempo al trabajo (espero que si esto lo lee algunos de mis jefes no se moleste). Entre las miles de cosas que debo hacer como coordinadora de comunicaciones de una organización internacional de Derechos humanos, se cuelan mensajes a mis compañeros de la uni para ver que se dictó en la clase del día anterior, a la que no pude ir porque me quedé hasta tarde en la oficina o porque había algo que hacer fuera de ella. Unos cuantos párrafos del trabajo que debí terminar la noche anterior pero no fue así porque el sueño me venció. Una mañana cada semana que no acudo a la oficina porque tengo clases. No poder estar constantemente en el campo porque perdería mis materias por falta de asistencias.
Ya estoy cansada de no ser ni estudiante a tiempo completo, ni cuasi defensora de Derechos Humanos a tiempo completo. Soy un arroz con mango y no soy nada.
Mis tigritos le roban tiempo a mi trabajo, a la uni.
Trabajando en una ong (que no es financiada ni por la CIA ni por los rojos) mi sueldo da para un poquito más que comerme un cable, por lo tanto tengo que matar tigritos por aquí y por allá para por lo menos pensar en viajar en un año. Hago una corresponsalía internacional que me demanda investigación y dedicación (Sr. Lector sé que en este momento está pensando que es una tremenda oportunidad o como diría mi abuela Alicia “mi amor eso es curriculum”, lo sé) que debo restarle a mis otras dos actividades.
Pero la corresponsalía paga en verdes, la ong sigue siendo un trabajo “hermoso” y la UCV mi universidad.
El mercado, el coleto, la lavandería, la planchada y la cocinada me quitan tiempo para… Uhmmm no sé. Simplemente me quitan tiempo.
Tengo que admitir que estas cosas no me desagradan, a decir verdad las disfruto. Desde siempre he sido medio Susanita y la casita, el esposito, el perrito y todo lo que termine en ito, me han gustado. Pero cuando era chiquita y quería todo esto no contaba que también quería ser profesional, exitosa y divertida (uno cuando es chiquito si piensa mariqueras)
Y dónde queda Fede?
Fede queda con una compañera que llega en las noches luego de la universidad convertida en una cholita, con el rímel corrido, los pelos parados, los pies que le duelen y sin ganas de cocinar. Fede se queda con la valen no tan amable que vive ocupada y sacando tiempo de donde no tiene para expresarle todo su amor o su deseo. Fede paga los platos rotos.
Trato de no llegar como un coletico pero el cansancio no me lo permite. Peleo con el sueño y algunas veces lo venzo pero la mayoría él me gana. Pero espero que Fede sepa que lo amo como a nadie. Que es el mejor compañero del mundo y que algún día estaré en Aula Magna siendo toda una periodista, ganaré más plata y podré dedicarle horas y horas a él sin pensar en los refugiados, o Antollinez o simplemente dónde está más barata la leche o dónde están más bonitos los tomates.
A pesar de no ser una compañera de esas que dedican su vida a la pareja. Siento que por Fede le robo tiempo a todo y porque quiero, no porque las circunstancias me obligan. En realidad no es robado es exigido por mi cuerpo y mi corazón.
Con todo le he robado tiempo a lo más importante… Los que me dieron la vida, los que me formaron y los que hicieron que pudiese ser lo que soy. Mi familia quedó olvidada.
Esta es la parte que más me duele, no he visto a mis hermanitas crecer. No he ido a ningún acto del colegio en el que se hayan disfrazado de cualquier cosita graciosa. No he podido estar a la altura de ser una verdadera hermana mayor. No he podido estar con mi mamá más de dos días seguidos echándonos los cuentos o haciéndonos puchungus. No he estado en los momentos importantes de la carrera de Thierry. Mis abuelos no han compartido conmigo sus achaques o sus recuerdos de mi papá. Mis Tíos y tías no han contado con una verdadera sobrina, una que no se limite a estar con ellos en las fechas festivas. Le he robado tiempo a mi familia y eso me arruga el corazón.
Sé que crecemos, que nos volvemos adultos, que las responsabilidades cambian, pero no pensé que esto implicaría dejar de hacer casi por completo las cosas que me gustan o estar con mis seres queridos. No pensé que mi tiempo sería robado por todo y dejaría de ser mi tiempo.
Tratar de salvar al mundo desde mi pequeña esquina, me quita tiempo para culminar mi formación académica.
Alguien me dijo alguna vez que mi prioridad debían ser mis estudios, pero a esta persona se le olvidó que uno tiene que comer. También se le olvidó que cuando te apasiona tu trabajo y sientes que lo que haces puede contribuir un poquito más al progreso de otros, esas prioridades cambian y la individualidad pasa a un segundo plano. En unos años cuando mire hacia atrás no veré la clase tal que falté y que estuve inasistente, veré como ese poquito de no sé qué (ganas, contribuciones, corazón o como lo quieran llamar) fue mi intento para que este mundo fuese más humano.
Pero no todo es color de rosa (aquí empiezan mis contradicciones). Me encanta lo que hago pero sí me gustaría respetar un poco más la academia. Darle su lugar. Disfrutar un poco más mis últimos años en la Casa que vence las sombra (Universidad Central de Venezuela). Poder hacer un trabajo con calma y sin pensar en Refugio. Leerme una guía con placer y no con sueño luego de una jornada laboral. Echarme en tierra de nadie toda una tarde a pensar en todo y en nada, sin ser interrumpida por llamadas de la oficina donde ameritan mi presencia. Quiero poder dedicarles tiempo a mis amigos en los espacios que nos hicieron amigos. Quiero poder no tener que decir “Diez es nota y lo demás es lujo”. Pero no puedo. Tengo que trabajar para comer, tengo que seguir intentado salvar el mundo desde mi pequeña esquina.
Estudiar me quita tiempo para terminar de consolidarme como una pichona de defensora de Derechos Humanos.
Cada día tengo que hacer peripecias para responder a mis actividades de la universidad, robándole tiempo al trabajo (espero que si esto lo lee algunos de mis jefes no se moleste). Entre las miles de cosas que debo hacer como coordinadora de comunicaciones de una organización internacional de Derechos humanos, se cuelan mensajes a mis compañeros de la uni para ver que se dictó en la clase del día anterior, a la que no pude ir porque me quedé hasta tarde en la oficina o porque había algo que hacer fuera de ella. Unos cuantos párrafos del trabajo que debí terminar la noche anterior pero no fue así porque el sueño me venció. Una mañana cada semana que no acudo a la oficina porque tengo clases. No poder estar constantemente en el campo porque perdería mis materias por falta de asistencias.
Ya estoy cansada de no ser ni estudiante a tiempo completo, ni cuasi defensora de Derechos Humanos a tiempo completo. Soy un arroz con mango y no soy nada.
Mis tigritos le roban tiempo a mi trabajo, a la uni.
Trabajando en una ong (que no es financiada ni por la CIA ni por los rojos) mi sueldo da para un poquito más que comerme un cable, por lo tanto tengo que matar tigritos por aquí y por allá para por lo menos pensar en viajar en un año. Hago una corresponsalía internacional que me demanda investigación y dedicación (Sr. Lector sé que en este momento está pensando que es una tremenda oportunidad o como diría mi abuela Alicia “mi amor eso es curriculum”, lo sé) que debo restarle a mis otras dos actividades.
Pero la corresponsalía paga en verdes, la ong sigue siendo un trabajo “hermoso” y la UCV mi universidad.
El mercado, el coleto, la lavandería, la planchada y la cocinada me quitan tiempo para… Uhmmm no sé. Simplemente me quitan tiempo.
Tengo que admitir que estas cosas no me desagradan, a decir verdad las disfruto. Desde siempre he sido medio Susanita y la casita, el esposito, el perrito y todo lo que termine en ito, me han gustado. Pero cuando era chiquita y quería todo esto no contaba que también quería ser profesional, exitosa y divertida (uno cuando es chiquito si piensa mariqueras)
Y dónde queda Fede?
Fede queda con una compañera que llega en las noches luego de la universidad convertida en una cholita, con el rímel corrido, los pelos parados, los pies que le duelen y sin ganas de cocinar. Fede se queda con la valen no tan amable que vive ocupada y sacando tiempo de donde no tiene para expresarle todo su amor o su deseo. Fede paga los platos rotos.
Trato de no llegar como un coletico pero el cansancio no me lo permite. Peleo con el sueño y algunas veces lo venzo pero la mayoría él me gana. Pero espero que Fede sepa que lo amo como a nadie. Que es el mejor compañero del mundo y que algún día estaré en Aula Magna siendo toda una periodista, ganaré más plata y podré dedicarle horas y horas a él sin pensar en los refugiados, o Antollinez o simplemente dónde está más barata la leche o dónde están más bonitos los tomates.
A pesar de no ser una compañera de esas que dedican su vida a la pareja. Siento que por Fede le robo tiempo a todo y porque quiero, no porque las circunstancias me obligan. En realidad no es robado es exigido por mi cuerpo y mi corazón.
Con todo le he robado tiempo a lo más importante… Los que me dieron la vida, los que me formaron y los que hicieron que pudiese ser lo que soy. Mi familia quedó olvidada.
Esta es la parte que más me duele, no he visto a mis hermanitas crecer. No he ido a ningún acto del colegio en el que se hayan disfrazado de cualquier cosita graciosa. No he podido estar a la altura de ser una verdadera hermana mayor. No he podido estar con mi mamá más de dos días seguidos echándonos los cuentos o haciéndonos puchungus. No he estado en los momentos importantes de la carrera de Thierry. Mis abuelos no han compartido conmigo sus achaques o sus recuerdos de mi papá. Mis Tíos y tías no han contado con una verdadera sobrina, una que no se limite a estar con ellos en las fechas festivas. Le he robado tiempo a mi familia y eso me arruga el corazón.
Sé que crecemos, que nos volvemos adultos, que las responsabilidades cambian, pero no pensé que esto implicaría dejar de hacer casi por completo las cosas que me gustan o estar con mis seres queridos. No pensé que mi tiempo sería robado por todo y dejaría de ser mi tiempo.
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